Mi abuela fue una mujer muy católica —afirma la autora de este libro—. No le importaba caminar largas horas hacia la iglesia para oír sus misas, razón por la que mi madre construyó (con ayuda de la gente del lugar), en un poblado de Valle Sagrado en Perú, una iglesia.
Lo hizo para personas como mi abuela, para que la gente se acercara más a Dios y no tuviese que recorrer largas distancias. Esto me motivó a compartir mis cartas con otras personas, ya que me ayudaron mucho. Aun cuando no podía orar en una iglesia, lo hacía en algún lugar donde encontrara vista al cielo y eso me llenaba de paz.
Las escribí cuando el mayor de mis tres hijos atravesaba problemas de salud. Cada día me preguntaba por qué a mí, hasta que entendí que jamás me había acercado a Dios de la forma correcta.
Aquí dejo un poco de lo que recibí. En la actualidad tengo una vida llena de amor y felicidad aprendí a valorar todo aquello que tengo, y cuanto más agradezco a Dios mi dicha es más completa.
Estas cartas pueden releerse y cada vez se sentirán distintas,
pues sus mensajes se pueden relacionar con distintas situaciones.