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Fernando García Pañeda

         Nací en Bilbao en pleno siglo XX, rodeado de fábricas, gente muy trabajadora y calles sin asfaltar. Estaba destinado a ser uno más de los seres mimetizados con el gris de las fachadas de edificios y los nubarrones constantes en el cielo, pero tuve la suerte de encontrar un portal interdimensional: los libros. Un mundo en el que me sentía cómodo como en ninguna otra parte e infinitamente más agradable que ése tan vulgar en el que había dado en nacer.

         Aunque nadie a mi alrededor poseía el hábito de la lectura, descubrí que las historias que salían de aquellas páginas me ataban y me sorbían el ánimo y el seso; vivía las aventuras que se narraban, compartía los sentimientos de los personajes, sentía una complicidad con quienes escribían esos hechizos mágicos. Así, varias décadas de lectura incansable produjeron en mi espíritu un efecto tan previsible como irreparable: nací a creación de mis propias historias y personajes, con mi propio estilo. Un re-nacimiento que se convirtió en necesidad.

         Mi espíritu viajero y desarraigado contribuyó en buena medida a intensificar esa necesidad. El conocimiento de otras culturas, otras gentes, otras visiones de la vida, así como paisajes y ciudades que pasaron de ser ficción literaria o información enciclopédica a la percepción de mis sentidos y el suelo bajo mis pies, todo ello dio alas a mi ya de por sí alada imaginación. Y el ansia de conocer cada vez más datos de historia, de arte, de literatura, o de los protagonistas de la verdadera historia de la humanidad se ha ido acentuando sin descanso a lo largo de los años.

         Los protagonistas de mis historias, tanto mujeres como hombres, tienen un carácter apasionado, tenaz, indomable, tierno y emotivo. Y unos valores inestimables y férreos, propios de auténticas damas y verdaderos caballeros, propios de un mundo que ya no existe y que tal vez no existió nunca más que en el alma de unos cuantos soñadores. Con ese equipaje, y con todo lo aprendido en tantos años de acumular ese sucedáneo de la sabiduría que son los conocimientos, les hago vivir aventuras, les envuelvo en relaciones personales con un intenso toque romántico, les obligo a afrontar dificultades y disgustos o les envío a lugares que vivifican el espíritu o a algunos de esos tiempos interesantes a que se refiere la maldición china. Y trato de hacerlo siempre con un lenguaje limpio, sencillo y elegante.

         ¡Porque mucho ojo conmigo, que soy un embaucador! Ante una página en blanco me vuelve un tipo de cuidado, un mentiroso compulsivo capaz de inventarme las trolas más inverosímiles con tal de que sean hermosas y os las creáis. Para demostrarlo ahí está la relación de novelas y otras fechorías que he perpetrado para regocijo de espíritus sensibles y lectoras cómplices.

         Luego no digáis que no os lo he advertido.