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Carlos José Duro Manzo

Porteño del barrio de Flores, hizo tres años de su secundaria en el Colegio Nacional de Buenos Aires (considerado el mejor colegio de la capital en aquellos años, y donde conoció algo del latín, del griego, del rigor académico y de la amplia cultura general que se infundía en aquella época) y luego, como consecuencia de una pequeña diferencia de opinión sobre el valor de sus calificaciones, terminó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Mariano Moreno (probablemente considerado el peor colegio de la capital en esa época, y donde pudo conocer a Hesse, a Nietzche, a Sartre, amén de aprender a arrojar navajas y a disfrutar de la independencia y del pensamiento independiente).

Luego de un extraño año sabático ingresó en la Escuela Nacional de Náutica que, en cosa de cuatro años, lo largó al mundo armado con certificados que lo acreditaban como apto para ser oficial de máquinas en los buques mercantes. Y llegó a serlo realmente, -no se vaya a creer-, aunque le llevò años y años de navegar por todo el mundo y de meterse en líos que no viene al caso mencionar en este momento.

Durante esos años, y empujado un poco por su mente un poco desfasada, y mucho por las horas libres y vacías de que se dispone a bordo, empezó a escribir, a dibujar, a pintar y a meditar sobre lo que veía. Siempre lo había hecho, aclaremos, pero nunca había dispuesto del tiempo y de la impunidad que conllevan vivir en un buque.

La evaluación de sus logros en estas disciplinas -o en su desempeño como marino, si vamos al caso- no nos corresponde. Basta decir que lo ayudaron a sobrellevar estos años, y que, en cierta extraña y retorcida manera, lograron conformar la mente del sujeto que ha escrito y subido a la red estos libros.

Terminó su carrera en un buque de cabotaje, ya que los años no pasan en vano y la sed de aventuras se aplaca bastante cuando las aventuras se vuelven cosas rutinarias y pesadas. Pero sigue escribiendo. Amante de las bicicletas y los libros viejos, considera que "hombre de vino tinto" es una expresión que lo define bastante bien.

Vivió durante veinte años en Gualeguaychú, lugar del que conserva un extraño y mágico recuerdo y, luego de un par de golpes sucios del destino, volvió a Buenos Aires, donde la vida le ha mostrado una rendijita de luz del sol

Con el tesón del clavo enmohecido, viejo y ruin, vuelve a ser clavo